Las paredes cuentan historias
que les ha tocado ver hasta caer derrumbadas,
por ejemplo las de Beirut de los 70s
o las de los Balcanes y Siria en los Dosmiles
Otras se quedan paradas y se dejan maquillar
hasta la ignominia cargando con palabras
que no les pertenecen como en grafitis urbanos,
de resonancias altaneras
Otras se dejaron escribir a bala
obituarios olvidados de cantores y poetas
y de gente común como pasó en La Habana y en Santiago
por costumbres de vieja data desde los tiempos de Solón
Las paredes sin embargo tienen alma de parteras
pues albergan lo que nace en libertad
como fueron las de mi casa y de la tuya
o presenciaron un parto largo y doloroso
con frutos como Don Quijote y la nación de Mandela
Al fin y al cabo, las paredes siempre están ahí sirviendo de guardias
o cómplices dispuestas a cargar lo que les pongan
y a contar lo que les digan y a contestar al unísono
en cuarteto por lo general
Cuando se visten de enredaderas
sirven de alivio momentáneo a la resequedad
inexorable que se extiende hasta la mente
Ayer una pared cargada de buganvilias
me contó el cuento de un caracol de anteojos largos
que subía a explorar las hojas superiores
de una planta cuyo nombre no me lo dijo
Y como tampoco me contó el final del cuento
yo le propuse uno -que tú me contaste- a base de ladrillo
sin cemento que tenía flores secas como ella,
la pared.