Hay una belleza cifrada en el abandono
que sirve de redención al descuido;
si las ideas quedaron congeladas
el deterioro es el arte del destino
que el tiempo dispone en cada cosa
como el tallador sagaz que ha sido,
martillando con los elementos
la huella fugaz del racionalismo
que imponemos a los paisajes
con un impulso del salvajismo
que aún anida en nuestra especie
y tan distinto al humanismo.
Cuando las cosas se desmoronan
por la inercia efectiva del olvido
el mejor trabajo de los albañiles
es haberlo dejado detenido
pues el tiempo se encarga de afinarlo
añadiendo sus toques preferidos
con ayuda de las hierbas milenarias
dueñas de todo lo conocido
y el aporte del viento y la lluvia,
del sol y lo que se arrastra furtivo.
Entonces aparecen monumentos
a la ruina y al impulso perdido
intercalados con lo cotidiano
que logró cumplir lo definido.
Debajo de esos restos indolentes
duermen sueños desteñidos
en planos conocidos de memoria
pero abandonados por algún sino
donde a ratos anida la belleza
despeinada y sin ningún artificio
como idea creativa de un tiempo,
maestro de obra y de mucho oficio.