En mi día de montar en bicicleta,
bajo los árboles y en una curva,
hallé emboscada a una tortuga
que llevaba el tiempo y la calma a cuestas.
Me quería asaltar, y era muy seria
su amenaza a interrumpir mi aventura
por robarme unos instantes de cordura
para esperarla y pensar solo en ella.
Tras lograrlo, se marchó por su senda
dejándome marcadas las pupilas
con la historia de por sí tan antigua
de que no siempre el más rápido llega.
Salí del bosque y fui a poner la queja
que una tortuga me robó la prisa.