Las cosas dejadas

Hay una  belleza cifrada en el abandono
que sirve de redención al descuido;
si las ideas quedaron congeladas
el deterioro es el arte del destino

que el tiempo dispone en cada cosa
como el tallador sagaz que ha sido,
martillando con los elementos
la huella fugaz del racionalismo

que imponemos a los paisajes
con un impulso del salvajismo
que aún anida en nuestra especie
y tan distinto al humanismo.

Cuando las cosas se desmoronan
por la inercia efectiva del olvido
el mejor trabajo de los albañiles
es haberlo dejado detenido

pues el tiempo se encarga de afinarlo
añadiendo sus toques preferidos
con ayuda de las hierbas milenarias
dueñas de todo lo conocido

y el aporte del viento y la lluvia,
del sol y lo que se arrastra furtivo.
Entonces aparecen monumentos
a la ruina y al impulso perdido

intercalados con lo cotidiano
que logró cumplir lo definido.
Debajo de esos restos indolentes
duermen  sueños desteñidos

en planos conocidos de memoria
pero abandonados por algún sino
donde a ratos anida la belleza
despeinada y sin ningún artificio

como idea creativa de un tiempo,
maestro de obra y de mucho oficio.

Un presente

Dame la silueta de un árbol, el recorte de una hoja, el perfil de la montaña y su espesura de monte sin afeitar, para armar un paquete envuelto en la neblina que tendré listo en Navidad como un presente, este Presente de Colombia nueva en que las montañas vuelven a vibrar con las notas del bosque andino húmedo de lluvias y no de lágrimas de historia nefasta tan reciente. Si lo aceptas, no llegará con ninguno de los mensajeros, ni los Reyes Magos ni el Niño o el papá Noel de siempre. Bastará que te escapes un poco del túnel al que todo mundo se mete en diciembre y levantes la vista y respires y observes la bondad de un paisaje en el país que a todas horas tiene lo que dicen las tarjetas: Amor y Paz y los abrazos de la tierra…que nos quiere.

Cuento a bordo de un tren

En el vagón de cola del último tren
se fueron unos globitos de colores
jugando a frenar la historia de tu viaje.

Te lo inventaste en cuestión de días
siguiendo un libreto de brujas
de una obra inédita de Sheaskespeare.

Así que copiaste la receta
a base de extractos amorosos
de la gaveta en que dormían tus poetas.

Día tras día murmurabas las palabras
con ojos entrecerrados,
antes de tu café mañanero.

De tanto repetirlas, las palabras
se condensaron en un vapor inaudito
que engulló a nuestro trencito eléctrico.

Hasta que un día, al amanecer
saltó el tren de su carrilera
con dimensiones monstruosas.

Y se precipitó al exterior
destrozando todo en su carrera
a un destino sin control de la fantasia.

Pero no logró desprender
los tres globitos de colores
amarrados en aquél trencito eléctrico.

Y se fueron perdiendo en la lejanía
con la columna de humo
de ese tren atroz que te llevó.

Así terminó todo,
con la historia de tu viaje
en un libreto de corte medieval.

Desde la gaveta entreabierta
donde duermen tus poetas
hay uno que ha prendido su linterna.