Las rocas hablan, guardan respuestas
y saben mucho sin mostrarnos nada,
pero en una me encontré tu mirada
por cierta planta que llevaba a cuestas.
Ella me miró con ojos de poeta,
los mismos de Susana la africana
y entonces no me quedé con la gana
de saber por qué era tan coqueta.
Sin embargo, pasando por divina
ocultaba su talante de invasora
como toda experta trepadora
de irresistible gracia femenina.
En fin, con su mirada seductora,
la misma que tienes, bella señora.