No dejaste más señales que una humareda de palabras grises, y te marchaste en aquel tren calcado de un álbum de la preguerra.
Yo esperé a otro tren pensando que fuera el mismo
que te trajo la primera vez que te vi, sin tu aureola de soberbia.
Pero no fue así, y después una brisa gentil dispersó el humo hasta cierto panteón de pocos adeptos y la estación quedó desierta.
Y como en mis sueños nunca envejece mi trencito eléctrico, esperando en el andén mi subway, imagino que volverás en uno, en la silla del maquinista y con gorrita nueva.