Tú,
corona real
del cerro a donde va
con fervor el pueblo que se aferra
a tus faldas de madre, por tu blanco de azucena
el alma está serena cuando te mira, Monserrate.
Yo,
peregrino
de este mundo
y heredero de un absurdo
enlace entre la cruz y la espada,
al ver la imagen postrada de quien nos trajo
el perdón, la recojo y le pido perdón a la montaña.
Ella,
que vestía
su chal andino
de arbustos y bosque tupido
con bromelias, tunos y asteráceas
con su manto ya andrajoso sigue acogiendo
al piadoso que va por el sermón de la montaña.
Mi
Bogotá,
ciudad capital
sigue creciendo al pie
y se alimenta con la fe que
resbala por tu falda. Hasta mi último día, cerro
de Monserrate, si me alcanza el aliento, yo subo a visitarte.