En el empedrado de una plaza
está descansando un perro
echado como si estuviera
dominando el universo
Es como una flor peluda
que brota del pétreo suelo
los lunes por la mañana
bajo un sol libre, tempranero
Pero no es una flor cualquiera
aunque pudiera parecerlo,
no tiene aromas ni tersuras
y al morir, dicen, se va al cielo
Lleva instalado un reloj
que la trae de nuevo al reino
animal pues le timbra la nariz
para un Angelus de hueso
Entonces le salen cuatro patas
a la flor de hace un momento
y se va a escarbar la tierra
por la savia de alimento
En el empedrado de la plaza
sin notarse, quedará un hueco
tibio y de aroma canino
de una flor que tenía pelo.