Me encontré con dos caballos al tiempo
parados en el mismo camino;
el uno, obediente a su destino
ensillado, masticaba el freno
al pie de un árbol, esperando al dueño.
El otro, amarrado en el olvido
era un fantasma pero un buen equino
que sabía de memoria su sendero
y condujo la historia a lo más alto.
Seguí andando. Al volver se habían ido
el caballo y su dueño conocido.
El otro, muerto parecía y un salto
me dio el corazón pues aunque frío
en sus rieles, para mí está dormido.