Aquellas mañanas con una taza de café
pertenecen al futuro que se va desgranando
cuando el temor se derrite.
Las bicicletas que pasan se alargan
mientras los carros son una exhalación impresionista
con algunas gotas sueltas de belleza en la normalidad.
Los transeúntes caminan como fantasmas diurnos
atareados con periódicos electrónicos
que gotean frases en desuso.
En el azul diluido de mi cielo pueblerino
se dibuja a veces una taza de capuccino
lista sobre las montañas de perspectiva parroquial.
Y en el vecindario cargado de ruidos contemporáneos
los ladridos de una perrita callejera son gotas naturales
contra la resequedad del aire plastificado y sin Mozart.
Cualquier día con una mañana de café
le pone una aureola al principio del viaje.