Hay un graffiti de plumas sobre el pavimento
con diseño delicado y macabro
y un sabor ocre a ternura y tristeza
traspasado al alma desde la retina.
La vida que estaba caminando
de pronto se estancó en la fotocopia húmeda
que dejan las llantas al quebrantar los huesos
de cualquier existencia,
y se volvió un sello seco sobre la calle pueblerina
como la efigie alada de la bandera
más vencida en toda la historia,
o un sagrado rostro cotidiano
por lo menos identificable.
Estas efigies labradas a llanta
con los mismos elementos naturales
liberan una sustancia que humedece el alma.
La lluvia llegará con un sudario
para lavar la calle y el reguerito de plumas
se repartirá por los charcos de historia anónima
en un pueblito boyacense.
Y yo espero que la lluvia sea abundante
donde se estampa el sagrado rostro
con métodos siniestros.